lunes, 19 de diciembre de 2011

Renuncia de De la Rúa



Una revuelta que hoy sería vintage

Hace diez años, cuando cayó el gobierno de De la Rúa, no existía Facebook, ni Twitter, ni YouTube y Google era un buscador más. La televisión fue el medio principal de comunicación. Pero, ¿qué cambió realmente?

 Por Mariano Blejman
Los millones de manifestantes que plagaron las calles durante los fatídicos 19 y 20 de diciembre de 2001 no usaron Internet casi para nada. Mientras las contiendas ocurrían en la calle, los manifestantes se agolpaban frente a los televisores en los bares de la ciudad de Buenos Aires y en todo el país para “saber” lo que estaba pasando en esta ciudad incendiada. Más allá de la gente movilizada, Crónica TV y Todo Noticias –más el primero que el segundo– fueron los canales que “mostraban” lo que ocurría y estimulaban indicaciones a seguir con carteles como “la gente se dirige al Congreso”. Después de lo que pasaba en la calle, la televisión fue lo más importante a la hora de comunicarse. “Mucha gente que llegaba a la plaza decía ‘Vi por la TV que había gente acá y vine’”, decía Miriam Lewin, que por entonces trabajaba en Telenoche por Canal 13, en una entrevista publicada unos días después en Página/12. “Yo estaba sola en la Plaza de Mayo, mi productor me decía que me quedara, que algo más iba a pasar. Pero estuvo vacío hasta que empezaron a llegar los primeros autos con megáfonos, con cornetas, y gritaban hacia Casa de Gobierno ‘Que se vayan todos’. Luego empezaron a llegar en orden por barrio: Caballito, Flores, Floresta. Yo tenía un teléfono celular y me comunicaba con la producción. No usábamos ni mensajes de texto”, recuerda ahora Lewin. La tele fue, como se dijo, la primera fuente de información.
Si se hace un rápido recuento sobre lo que existía en Internet hace diez años, la diferencia es escalofriante. “En una década signada por el crecimiento de las variables, indicadores sociales, económicos, en América latina, nada ha crecido más que el acceso a Internet”, dice Andrés Piazza, responsable de Relaciones Externas de Lacnic, el órgano que controla las direcciones en la red. “En 2002 había 660 mil direcciones de Internet en la Argentina. Sólo en 2010 se contabilizaron 17,2 millones. Según la World Internet Stats, este país tenía en 2000 2,5 millones de usuarios de Internet, mientras que en 2010 tenía 27 millones. Hay más dominios .AR (tres millones) que el número de usuarios de hace 10 años”, cuenta Piazza.
Prácticamente no existía la conexión banda ancha hogareña, ni Facebook, ni YouTube, ni Twitter y apenas si se usaban los mensajes de texto en los teléfonos celulares. Google era un buscador hoy visto como anacrónico: no tenía actualizaciones en tiempo real, ni ayudas como “¿Usted quiso decir?”, ni autocompletar ni un digno servicio de noticias. Y Patagon.com, el sitio de finanzas de Wenceslao Casares y Constancio Larguía, ya había sido vendido al Grupo Santander por 750 millones de dólares un año antes. En 2001 a falta de “redes sociales” las relaciones humanas intentaban hacerse a través de ElSitio.com, en proceso de fusión y venta, y el servicio de IRC aún era popular. En 2001 la gente migraba en masa de ICQ al MSN de Hotmail, recientemente comprado por Microsoft.
Todavía recordarán los más memoriosos, aquella noche del 19 de diciembre de 2001, al empresario mediático Daniel Hadad sosteniendo en sus programas por Canal 9 correos electrónicos impresos que “auguraban” las hordas desaforadas de “vecinos” de las villas miseria que supuestamente “estaban atacando” barrios enteros. Esos correos eran incontrastables, inverificables e inconsistentes. Contra lo que pueda suponerse, hoy sería bastante más fácil verificar el origen de estas informaciones, claramente pensadas como operaciones psicológicas.
La crisis argentina de 2001 fue, en verdad, la última gran cobertura de la era pre-redes sociales, de la época en que Internet era un objeto de escritorio y nadie se “movía” con Internet. Muchos piensan que la caída violenta de las Torres Gemelas en Nueva York marcó el cisma, pero en verdad fue la caída del entonces presidente Fernando de la Rúa la que marcó el fin de una época de grandes acontecimientos sociales donde la televisión reinaba alto y arriba. No se trataba solamente de la ausencia de servicios, sino también de la falta de soportes móviles.
Diez años después, Facebook es el espacio donde uno se muestra, Google es quien predice el futuro –sabe lo que queremos– y Twitter es donde transcurre una nueva opinión pública en tiempo real. El cambio ha sido tan profundo que a las jóvenes generaciones no sólo será necesario explicarle lo que ocurrió hace diez años, sino que la forma en que se contó cambió radicalmente.
Pero las plataformas que hoy se usan naturalmente en países algo desarrollados ante cualquier acontecimiento político público movilizante (la primavera de Medio Oriente es apenas una muestra de ello o las acciones de los famosos “riots” ingleses con sus BlackBerry en mano) como espacios naturales para el intercambio han tenido un crecimiento espectacular en menos de media década. Por ejemplo: Facebook –el espacio donde la gente “conversa” en la actualidad– salió al viento de la web en 2004 y en menos de seis años logró tener 800 millones de usuarios: la red social de Mark Zuckerberg ha sido objeto de debate en decenas de gobiernos en mundo: “¿Qué hacemos con lo que la gente piensa?”. YouTube –el espacio depositario de las imágenes que estimularon el comienzo de la rebelión en Egipto– fue creado en 2005 por tres ex empleados de PayPal que querían compartir videos en línea y fue comprado en noviembre de 2006 por Google por 1650 millones de dólares. Twitter, estrenado en 2006, tuvo su primera aparición como actor político mundial durante las revueltas poselectorales iraníes en 2009, cuando se convirtió en la principal fuente de información para el mundo occidental durante aquellos acontecimientos.
Y, si lo pensamos un segundo más, en Argentina, hace apenas tres años, durante las recordadas revueltas “campesino-patronales” que cortaban rutas y se manifestaban en protestas que iban desde Avenida Santa Fe y Callao hacia el norte de la ciudad de Buenos Aires –un recorrido que sólo los sectores más pudientes podrían imaginar–, fueron estimulados a través de miles de mensajes de textos, lo cual en su momento abrió un manto de duda sobre ciertas capacidades técnicas que exceden al usuario común para movilizar masas. El corrimiento del escenario de la conversación plantea nuevos interrogantes sobre los nuevos dueños del soporte de la opinión pública. Pero hay algo sobre el ejercicio del periodismo que puede ser inquietante: “En mi trabajo en la calle no hubo grandes cambios en estos diez años: noso-tros seguimos haciendo más o menos lo mismo”, dice Lewin. Alrededor, mientras, un atronador buzz de fotos y videos tomados por celulares aparecen dispuestas a inmortalizar noticias instantáneas a riesgo de hacerlas incomprensibles.

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